DEFINICIÓN DE LA DISCAPACIDAD
Clasificación de los niveles auditivos:
audición normal, pérdidas leves, moderadas, severas y profundas.
Se considera audición normal la que reconoce el sonido entre 0 y 20 decibeles. Las pérdidas leves y moderadas incluyen niveles auditivos entre 25 y 65 decibeles; las pérdidas profundas y severas de 65 decibeles en adelante.
Se considera audición normal la que reconoce el sonido entre 0 y 20 decibeles. Las pérdidas leves y moderadas incluyen niveles auditivos entre 25 y 65 decibeles; las pérdidas profundas y severas de 65 decibeles en adelante.
Para la comunidad de personas sordas, la diferencia entre
una persona sorda y una persona con hipoacusia es que la primera se comunica a
través de la lengua de signos y pertenece a dicha comunidad, por lo que
comparte una misma visión del mundo; mientras que las personas con hipoacusia pueden desarrollar el aprendizaje de la
lengua oral a pesar de su pérdida auditiva, ya que cuentan con suficiente
ganancia auditiva para distinguir sonidos del lenguaje. Para una mayor
comprensión de la sordera, Romero y Nasielsker (1999) distinguen entre alumnos
con menor dependencia visual, es decir, con pérdidas auditivas menores, y
alumnos con mayor dependencia visual por presentar pérdidas auditivas mayores;
esta diferencia es el punto de partida para entender las distintas necesidades
de uno y otro grupo de niños.
Cuando un alumno tiene
una pérdida auditiva menor (hipoacusia o sordera leve o moderada), generalmente
logra desenvolverse en el medio oral al recibir la ayuda necesaria para
desarrollar estrategias que le ayuden a compensar su pérdida y a utilizar de
manera óptima sus restos auditivos. Sin embargo, cuando un alumno desde el
nacimiento tiene una pérdida auditiva mayor (sorderas severas y profundas),
tendrá mucha dificultad para aprender la lengua oral de forma natural.
El desarrollo del
lenguaje en niños con sordera severa y profunda no suele ser completo ni
suficiente para cubrir debidamente sus necesidades de socialización ni de
aprendizaje. Muchas veces las pérdidas auditivas observadas en las audiometrías
no son un reflejo exacto ni contundente de las posibilidades de oralización de
un pequeño. El término se aplica a personas con muy poca o con ninguna
audición, con una pérdida muy leve de la audición, y a cualquier otra persona
con una pérdida moderada.
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